Maternidad tóxica: dile no al complejo de la Mujer Maravilla
Que la mujer es fuerte, luchona, resiliente, invencible, cariñosa, esposa comprensiva, madre abnegada, buena hija que siempre se preocupa por sus padres, mujer inteligente, profesionista exitosa, gran cocinera, ama de casa limpia y ordenada… esto y muchas cosas más.
Claro que las mujeres somos todo esto y más, pero no creo que todas las mujeres debamos serlo todo.
Pese a lo que nos han dicho toda la vida, estoy convencida de que las mujeres debemos combatir al complejo de la Mujer Maravilla que la sociedad nos ha impuesto: aunque digan que podemos con todo… ¡no, no podemos con todo! Y no tenemos razones para poderlo todo.
Aclaro, claro que creo en la mujer empoderada, capaz. Claro que creo en la igualdad de género, en la capacidad de las mujeres de lograr lo que se propongan. Pero justo eso, proponerse dos-tres objetivos, y no querer abarcarlo todo.
Es inhumano esperar que una persona sea capaz de realizar decenas de roles, tareas y compromisos e ir por la vida con una sonrisa, la mejor actitud, felicidad y salud mental. Simplemente no es posible, para nadie. Y sin embargo, todos los días nos despertamos creyendo que lo podemos hacer todo y saldremos bien libradas.
Aunque nunca nadie ha dicho que tener debilidades está bien, que es humano, creo que es momento de empezar a conocernos y aceptar para qué somos buenas y para qué no lo somos tanto. De esta manera podremos enfocar nuestros esfuerzos hacia esas actividades que se nos dan de manera natural y mejor dejar de lado aquellas para las que no.
Solo así podremos utilizar gran parte del día en, digamos, un empleo, un emprendimiento o en la vida hogareña, y equilibrarlo con tiempo de calidad hacia nuestros hijos, esposos y familia. Aunque tal vez la casa no esté rechinando de limpia, aunque tal vez determinado día haya que comprar comida para cenar, aunque tal vez un día no nos de tiempo de platicar horas con el marido.
Hay que detenernos a pensar qué le estamos enseñando a nuestros hijos: ¿un ritmo acelerado donde no hay tiempo para jugar? ¿Una vida en la que los “forzamos” a ser buenos en todo lo que hagan? ¿Una vida en la que condenamos a nuestras hijas a repetir el papel de la Mujer Maravilla? ¿Una educación en la que nuestros hijos tienen que ser los hombres fuertes, que no lloran, que no se caen con nada, que deben ser siempre exitosos?
¿Y la felicidad? ¿Y la salud mental? ¿Y los buenos momentos familiares? ¿Y los recuerdos con las amistades de la infancia?
La vida se vuelve un ciclo repetitivo que somos incapaces de detener, un bucle en el que la Mujer Maravilla trabaja, siempre se ve guapa, limpia la casa, hace de comer, lleva a los niños a la escuela, hace las tareas con ellos y los niños, por su parte, despiertan temprano, van al escuela, van a la natación, van a karate, van a música, van a clases de arte, van a clases de ajedrez, terminan agotados, duermen y no siempre descansan. Esto no está bien.
En esta acelerada vida que ya tenemos, debemos encontrar tiempo para “no hacer nada”. Como dirían los italianos, practicar el “dolce far niente” o “lo dulce de no hacer nada”. Esta expresión se refiere a ese tiempo en el que las actividades no giran en torno al dinero o a ser buenos en algo, sino al tiempo de calidad con los amigos y la familia, comiendo y disfrutando de las pequeñas cosas de la vida que de pronto se vuelven invisibles.
Hay que enseñar a nuestros hijos a disfrutar de la vida, y no solo a vivirla de paso, como por obligación.
Pero como con todo, la mejor manera de enseñarles algo es con el ejemplo, y si de entrada nosotras no le bajamos a nuestro ritmo, ellos tampoco podrán hacerlo.
No es tan difícil, simplemente se trata de repensar todo aquello que nos han enseñado por siempre, generación tras generación, romper con esas “figuras” de ejemplo que nos han impuesto como modelos a seguir, y atrevernos a pensar diferente. Solamente al hacer las cosas diferente se obtendrán resultados diferentes.
Y es que siguiendo con este tradicional modelo, nos volvemos tóxicas en algún punto. Nos volvemos madres dañinas que enseñan comportamientos estrictos a nuestros hijos, los encajonamos en estereotipos que deben seguir al pie de la letra para ser “exitosos”. Los condenamos a no llorar, a no estar tristes, a no aceptar que se sienten débiles ante ciertas situaciones. Los orillamos a ser machistas o feministas porque parece no haber otro camino. Los obligamos a vivir una vida que no es la que ellos quieren, sino la vida que nosotros elegimos para ellos. Les enseñamos a ser lo que los demás esperan que sean, y no a ser lo que ellos quieren.
Y cómo no, si con la acelerada y saturada vida que vivimos las madres, cada día les ponemos menos atención, estamos molestas, agotadas, ausentes, insatisfechas. Cuando ser madre debería ser lo más bonito de la vida, y deberíamos poder darles amor, abrazos, caricias y tiempo, como mínimo.
Porque además actuar el papel de la Mujer Maravilla implica “ser fuerte” por nosotras mismas, y por los demás, cargando sobre nuestros hombros los problemas propios y los de nuestra familia, pretendiendo ser un roble irrompible.
Esta es una reflexión muy personal, conclusión a la que he llegado después de observar a las madres que me rodean… a mi propia madre. ¿Pero qué piensas? Gracias por compartir tus experiencias conmigo.
Viaja y Come
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